lunes, 5 de abril de 2010

SEÑORA DEL PALO E MANGO…


Aunque no siempre lo tenemos presente, que los humanos nos movemos siguiendo dos pulsiones o fuerzas está dicho desde hace mucho, y escrito, lector apasionado. El placer y el poder. Son inevitables, y omnipresentes en nuestra vida. El placer y el poder. Ambas pulsiones están al alcance de nuestra mano desde la infancia y se traducen en prácticas tan concretas como el juego y la alimentación o, tal vez, la comida, por un lado; por el otro lado, desde recién nacidos, los humanos aprendemos y desarrollamos una serie de conductas para tener y utilizar poder: el llanto, por ejemplo, los niños pequeños lo utilizan para conseguir lo que les da placer; a través del llanto se ejerce el poder, y esa práctica sirve para chantajear, no sólo en las edades enanas sino también en la adulta, y las intermedias, por supuesto. Nuestra occidentalizada sociedad realza estas dos prácticas hasta convertirlos en emblemas del placer y el poder: el sexo o coito y el dinero, apareciendo los dos ligados hasta parecer confundirse; es decir, por ejemplo, que el coito suele obtenerse a través del poder o del dinero, y el dinero o el poder pueden obtenerse a través del coito. Recupero una frase que le escuché a Rosalío Wences Reza: La política, hasta en la cama. Ambos, además, son indispensables para la permanencia de la raza humana y de cada uno de nosotros como individuo. Borges asegura que es inmortal porque a través de él se perpetúan otros, más antiguos y de los que desciende, así como a él lo perpetuarán otros, quienes nacerán después de él. Curiosamente, aunque la idea de perpetuidad de uno está cifrada en los hijos, Borges no tuvo hijos; sin embargo, la memoria de los sobrevivientes (no sólo la individual sino la de las culturas occidentalizadas, materializadas en documentos impresos, como libros, revistas, fotografías y soportes parecidos, y en otros magnéticos y cibernéticos) le ha garantizado al escritor argentino su permanencia más allá de su vida, le ha dado su cuota de perpetuidad.

Continúo con el hilo discursivo inicial. Nuestra cultura (y me refiero a la Costa Chica, cuando menos, lector universalista) suele ser una cultura de la hipocresía, en relación a este binomio, porque nos permite actuar al margen de los valores que suponemos establecidos y obligados para todos. Es decir, aunque sabemos que nuestro deber es actuar y comportarnos siguiendo ciertos principios, en los hechos actuamos y nos comportamos para satisfacer nuestra ambición y nuestros apetitos de placer y de poder, sin importar si lastimamos o causamos daño y sin respetar nada más que lo que al cuerpo le convenga, de allí que somos más proclives a actuar pecaminosamente que con honestidad. Además, nuestra movediza jerarquía de valores nos permite, como sociedad, imponer a ciertos grupos una serie de restricciones para impedir que tengan libre acceso al poder y al placer, casi siempre con el argumento de la inmadurez; es decir, el coito, por ejemplo, está vedado a menores de 18 años de edad, y se establecen en la ley duras penas para quienes rompan esta prohibición, y más si existe violencia o engaño. En este caso, se actúa para proteger a individuos que aparentemente no tienen capacidad para ser responsables por las consecuencias de sus actos o de actos que cambian su devenir, como en el caso de niñas y adolescentes que son preñadas y tienen que parir y, en consecuencia, convertirse en madres sin entender ni estar preparadas para lo que de ello se deriva. Frecuentemente, la calidad de las vidas de estas madres y de sus hijos se limita, se reduce, desaparece. Somos una sociedad patriarcal, donde las probabilidades de desarrollo y crecimiento espiritual se ven menguadas por estas circunstancias y en estas condiciones: los hijos y las mujeres no son considerados como individuos plenos. Por si eso no bastara, a los hombres se les ofrece el recurso de la reparación del daño a través del matrimonio para el caso de abusos sexuales, en detrimento de ellas normalmente.

Incluso, en contra partida a estas prohibiciones, los hombres prefieren mujeres jóvenes para procurarse placer, aunque mucho invoquen discursos sobre el amor, o precisamente por ello, por ser meramente un discurso que tiene la intención de conquistar, de someter, de saciar un apetito; esta práctica se resume en una idea: En el amor y la guerra todo se vale, en la que queda claro que para conseguir placer se puede y se debe actuar por encima de los principios, incluido el del respeto a la integridad de las personas. Esta conducta no impide que para conseguir placer los hombres puedan tener coito con cualquier mujer. La seducción y la violación son las tácticas recurrentes para obtener los favores sexuales de las mujeres menores de edad (y seguramente de las mayores, pero por ahora no interesan éstas, lector aguzado). Más allá de la tolerancia social hacia la seducción de menores de edad, por parte de hombres mayores de edad (la crítica social no censura estas conductas, antes las exalta o defiende o culpabiliza a las “provocadoras”), también tiene importancia la prohibición que pesa sobre las menores para tener relaciones amorosas y coitales con ellos, además de la natural necesidad de placer: las niñas y adolescentes, de entre 12 y 15 años, experimentan cambios hormonales que las impelen a buscar o a recibir placer erótico. Esta última situación se ve acrecentada por la distorsionada exaltación del “amor” y de “la mujer” que realizan los medios masivos de comunicación, como la televisión, la radio, las revistas y, en los últimos años, el Internet. Todo ello las predispone para procurarse placer; sin embargo, difícilmente recurren a jóvenes de su edad, la mayoría de los cuales todavía no se encuentra en la misma sintonía. Y es aquí donde aparecen los abusadores, los pederastas, los violadores.

Repasemos algunas escenas cotidianas, lector erótico: Tres adolescentes de entre 13 y 14 años, ataviadas para lucirse, salen a la calle y le piden a un hombre mayor y prometido para casarse que les invite unas micheladas (una porquería de bebida, en la que a la cerveza se le agregan chile, salsas, limón, sal y otros ingredientes que disfrazan el alcohol) a lo cual él accede de buen gusto: se nota que es el principio de una relación o de una serie de relaciones en que alguna de ellas o todas terminarán encamándose con él, tal vez una por una o tal vez todos juntos, tarde o temprano (escribí “encamándose”, lo que no es puntualmente cierto porque en estos casos se utiliza el asiento trasero de algún vehículo, pero aquella palabra da una mejor imagen del hecho). En realidad, lector espantado, ellas están ejerciendo su libertad de procurarse placer, y nadie de todos se llama a engaño. Un semillero de estos casos son las escuelas secundarias. Un loverboy (iba a escribir galán, pero sospecho que es una palabra en desuso) o niño bien, de esos que tienen camioneta y dinero, además de ser guapos, se aposta en las cercanías de una escuela secundaria y provoca la curiosidad de las adolescentes, invitándolas a “subir de nivel”, o algo así, dentro de su vehículo, el cual se encuentra preparado para la seducción y la conquista, y el coito. No será extraño que este “juego” se vea atizado por alcohol o alguna droga. En realidad, lector admirado, las que aceptan “subir de nivel” están actuando conforme a un patrón definido desde antes, y procuran, de ese modo, satisfacer la curiosidad y conseguir la admiración de sus compañeras y, ¿por qué no?, placer sexual. Un urvanero se queja de que trabaja la camioneta que carga sólo por hacerle un favor a su patrón, pero que él prefiere otras mejores o con mejor apariencia porque a esas sí se suben las niñas de la secundaria. Es el mismo individuo que le pide al compañero que le haga la ruta por una hora mientras él se lleva a una secundariana “allá, a donde mismo”, como le informa a su suplente en presencia de ella, que sonríe, sentada al lado del conquistador. Ella tiene trece, tal vez catorce, y se nota feliz, por lo que se sospecha que sabe lo que hace, o lo que hace le gusta, le da placer. Y va por su propio pie, es decir, sin que la obliguen. Y no es la primera ni será la última. Entre urvaneros eso es común, pero no son los únicos que utilizan su posición para conseguir sexo rápido y fácil. Por ejemplo, para los taxistas su campo de acción son las mujeres mayores de 18 y muchas veces casadas o viviendo alguna relación. Anoto este dato sólo para contrastarlo con los anteriores.

Existen también relaciones que implican coitos y relaciones sexuales entre compañeros de secundaria, entre chamacos y chamacas de edades similares, entre menores de edad, aunque normalmente ocurren bajo valores y condiciones como el amor y la sinceridad y/o la ingenuidad, y en circunstancias en que la malicia no hace su aparición como sí lo hace en las que se dan con mayores de edad, muchos de ellos matrimoniados ya o viviendo en una relación erótico-familiar, o sea, arrejuntados. Una diferencia decisiva entre los primeros y los segundos casos es que en estos solamente se utiliza a las adolescentes para satisfacer apetitos sexuales y de afirmación masculina o de machismo. Ejemplifico: un urvanero se topa con otro, en sus camionetas, se detienen a platicar a media carretera, interrumpiendo el tráfico, y le hace de señas para que note que va acompañado por una mujercita, dejando a entrever que la lleva hacia el coito. El otro le responde que él también va a pedirle a X que lo cubra porque tiene que salir un rato, sugiriendo que va a hacer lo mismo. No sé ni supe si era cierto o mera fanfarronada, pero esta reacción muestra que el placer no sólo se encuentra en el acto coital sino en su divulgación, sino en su conocimiento público. Y eso me lleva a tocar aunque sea tangencialmente otro tema: la multiplicación de casos en los cuales los sexeantes se filman o se graban en medio de un coito o graban a otros para divulgarlos, a través de teléfonos móviles preferentemente, como en el caso de “la licenciada de El Pitahayo” a la que un hombre (quien la graba) masturba; o del “licenciado” que se encamó con tres jóvenes; o el viejo video de un hombre parecido a un regidor que le practica fellatio a un estudiante de Veterinaria. Es decir, no basta con coger, se trata de que se enteren otros, a quienes se pretende impresionar; se trata de que se divulguen esas hazañas para demostrar la hombría, y adquirir fama y notoriedad. Aclaro, lector regional, que hablo sólo de Cuajinicuilapa; ya te habrás enterado de los escándalos de Ometepec y Marquelia, por ejemplo, por situaciones similares. Y, señora que lee esta columna y enseñe a sus hijos a leer en ella, no se espante y mejor escuche eso que canta una chilena: Señora del palo e mango/ póngale cuidao a su hija,/ porque me anda preguntando/ si tiene hueso la oreja. El placer, no debiera negarse; deberíamos enseñar a las niñas y adolescentes, que viven muy expuestas para ser abusadas, a conocer su cuerpo y su sexualidad, y a actuar responsablemente con ellos para ir combatiendo también desde dentro tantas barbaridades que suelen cometerse invocando con hipocresía el nombre del amor, que es uno de los nombres verdaderos del placer coital, siempre y cuando sea por gusto, sin engaños y sin maltratos. ¿O no, lector o lectora ética?

La Esquina de Xipe

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