miércoles, 11 de noviembre de 2015

NUESTRA VIDA ES NORMAL EN CUAJINICUILAPA

Eduardo Añorve
Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.
10 de noviembre de 2015.


Es la noche del lunes 9 de noviembre en Cuajinicuilapa. Apenas oscureció. La vida en este pueblo costeño transcurre de modo normal, como casi todos los días. Normal. La gente hace sus cosas del modo en que las hace todos los días, como casi todos los días.
Tal vez lo único anormal o extraordinario es que, en privado, la gente pregunta por qué anoche mataron a once personas en una jugada de gallos.
Se aventuran explicaciones para responder, aunque nadie tiene certezas: les quieren quitar el negocio, es venganza, se los quiere quitar de encima... ¡Quién sabe!
Fuera de ello, todo ha transcurrido normal en Cuajinicuilapa desde la mañana: los negocios han abierto sus puertas, los taxistas han hecho sus viajes, los proveedores han visitado a sus clientes, el camión de la basura ha cubierto su ruta, los alumnos y estudiantes han ido y venido de sus escuelas (a excepción de la IMA I, donde se suspendieron clases para ir a acompañar a los deudos de uno de los asesinados que fungió como conserje por años, a quien también fueron a despedir compañeros suyos del ayuntamiento), en la bocina anuncian la velación de uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis personas que fallecieron anoche, en la jugada de gallos.
La gente hace, compra y come sus tortillas. La gente conversa en las calles, en las casas, en los negocios, en las escuelas, en todos lados. Conversan, y sonríen, y están tristes, y se enojan, como todos los días. Todo está normal, incluso el periódico amarillista de la semana vocifera que hay 6 muertos y 5 heridos en Cuajinicuilapa, con todo y fotos, aunque a esta hora ya se sabe que fueron 8 y 7. Más tarde vendrá otro periódico que anuncia lo mismo, pero sólo ofrece una fotocopia de la nota del anterior.
Y como es normal, la gente quiere saber, quiere ver las fotos, quiere corroborar que conoció o no a los muertos, cuyas fotos ofrecen como mercancía de primera necesidad. Como es normal, la gente también se duele de que entre los muertos haya niños, menores de edad, y los consabidos comentarios: Ojalá y se mataran entre ellos y no murieran inocentes. El que debe, que pague, pero que no paguen los que nada deben. Y uno que otro u otra opinan que las jugadas de gallos son peligrosas, y todos recuerdan que están prohibidas... pero las hacen. Ahora hacen jugadas de gallos con cualquier pretexto, dicen y coinciden: Que si se murió fulano, jugada de gallo; que si es el día de festejo del santo tal, jugada de gallos; que si el jardín de niños o la primaria o la secundaria o el bachillerato quieren recabar fondos para lo que sea, jugada de gallos... para todo, jugada de gallos, hasta en los pueblitos más pequeños, y eso que están prohibidas. No hay fin de semana en el municipio en que no se organice una.
Ya lo declaró el presidente municipal, el priísta Constantino García Cisneros: “...desafortunadamente llegó un grupo armado, y abrió fuego en contra de varias personas que asistieron a esa pelea de gallos clandestina que se realizó en un taller mecánico”, y aclara que era un palenque clandestino porque funcionaba “al margen de la ley, no tiene permiso el palenque”. Normal, pues. Aunque no era clandestina sino a la vista de todo mundo. Ilegal, posiblemente, no clandestina.
Son 10 ya los muertos, reconocen las autoridades al medio día; hay siete heridos, comentan. Se encontraron casquillos percutidos de los llamados cuernos de chivo: AK47 y R15, y uno que otro de 38 súper, o tal vez de 9 mm. Se barajan nombres: las autoridades dicen que son 10 muertos, pero la lista que dan es de 9 personas. Parece que alguien dijo que había algunos desconocidos. Pero si todos son de Cuaji o eran conocidos aquí, ¿quién o quiénes son esos desconocidos?
En Yahoo! News, José Antonio Rivera reporta: One of the dead was a 12-year-old boy whose father allegedly headed a local crime gang, but police were unable to confirm the motive in the attack. [Uno de los muertos tenía 12 años de edad, cuyo padre, según se afirma, encabeza una banda criminal local, aunque la policía no pudo confirmar el motivo del ataque].
Algo así apuntó el presidente municipal: “Por las características de las armas cuyos casquillos fueron levantados por peritos de la Fiscalía General del Estado (FGE): AK-47, R15, 38 súper y 9 mm, el alcalde deduce que el móvil tiene que ver con la delincuencia organizada, de grupos que se disputan el territorio, pero dijo que será el órgano investigador quien lo determine”, escribió Vania Pigeonutt en El Universal.
Aunque el presidente de Cuajinicuilapa, como dice una cosa, dice otra: “...quienes según García Cisneros se dedicaban a la ganadería y al campo, por la información que a él le han manifestado”, reporta Vania Pigenutt, al referirse a la lista de 9 muertos que aquél le proporcionó. A la ganadería y al campo, dice.
Normal, todo esto. Normal, la gente actúa, vive como todos los días. Han pasado varios cortejos con sus muertos hacia el panteón, alguno con música de corridos detrás, otros en silencio. La gente los ve pasar, con respeto, con dolor, pero pareciera que ése es el destino, el inevitable, y que lo acaecido es lo que debió ser, que una fuerza fatal y ajena los condujera hacia la tumba del olvido. Así fue, así son las cosas, así serán. Aunque hay quienes auguran que serán peores. Peores, serán. Pero nadie parece percibirlo, excepto los dolientes; parece que somos ajenos a esas fuerzas terribles y ajenas. Eso pasa sólo entre ellos. Queremos ser ajenos, claro.
Incluso la presencia de los militares parece normal. Así lo han hecho en los últimos tiempos: patrullar por las calles principales, estacionarse en la calle principal, ver pasar gente, interrogar a algunos de mal modo (a sospechosos, dicen). A la misma gente le da igual que estén o que no estén. Tal vez ahora preocupa que estén. También hay policías civiles, pero es como siempre: normal. Con ellos o sin ellos, el destino llega y hace sus cosas. Tal vez ahora, por el momento, hay más vigilancia que otros días en la calle, pero así suele pasar. No pasa nada. Eso de buscar en el pueblo a los presuntos asesinos es algo de pensarse.
Ha oscurecido. Los negocios que cerraban a esa hora han cerrado; otros permanecen abiertos, ofreciendo sus mercancías, sus servicios. La gente transita por las calles con normalidad, platica, ríe, camina, vive. En la banqueta de siempre, algunos trabajadores que cumplieron su jornada beben cerveza, caguamas, en espera de irse a sus casas a dormir. En los billares los hombres juegan a ganar y a divertirse. En las taquerías la gente bebe y charla en espera de sus platillos. En la cancha de basketbol algunos muchachos ensayan sus tiros y dribles. Normal, todo muy normal. Incluso se escuchan cuetes y cuetes, los mismos estruendosos de siempre. Tan estruendosos los cuetes como las ráfagas de anoche, aunque no tan tenebrosos, tan terribles. Pero eso es normal.
Ya cuentan en once los fallecidos.
Ya son doce. Son las doce de la noche del lunes 9 de noviembre. Excepto por ello, por el conteo, todo parece normal, ya todo es normal en Cuajinicuilapa. Bueno, ya el miedo también lo es.

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