martes, 3 de noviembre de 2015

Los Diablos de la Costa Chica, algunas ideas sobre su origen y difusión

LA ESQUINA DE XIPE
Eduardo Añorve
1 de noviembre de 2015
Después de mucho mirar el baile de los diablos, de platicar con bailantes y músicos y con gente mayor que yo, y de leer uno que otro documento, he llegado a pensar que éste se originó en la época colonial en las llanuras que van desde el río Quetzala hasta pasandito San José Estancia Grande, y que incluye a poblaciones como El Alacrán, El Cirgüelo, Barrio Nuevo, Lo de Soto, Llano Grande La Banda, Maguey, Cortijo, Rancho Santiago, Santo Domingo, Tapextla, Cuajinicuilapa, San Nicolás y Maldonado, entre otros.
Durante cientos de años, esta zona de mestizaje entre indios y negros se dedicó a la ganadería, actividad que utilizó el caballo como bestia para sabanear, para el manejo del ganado, para la carga y para el lucimiento de vaqueros y ganaderos; ambos oficios están ligados a la danza de los diablos.
San José Estancia Grande, en Oaxaca, fue la gran estancia de ganado de esta zona, y se tiene noticia de que a esa población también llegaron esclavos negros africanos que huían de la esclavitud procedentes de la zona central del país, encontrando aquí complicidades que les permitían adaptarse a vivir libremente y ya no en condición de cimarrones.
El diablo mayor o Tenango carga chaparreras y cuarta de cuero, además de cencerro, implementos de la vaquería, barbas y bigotes de clin de caballo, máscaras de cuero de vaca, de chivo o de venado o de sombrero de lana viejos y corteza de drago, entre otros materiales, y hasta de conchas de coco; también se integran a ellas cachos de venado o de chivo. La misma charrasca procede de bestias caballares. Algunos grupos, incluso, tocan un cuerno de res para hacer llamados o arengar a los Diablos.
Es probable que a principios del siglo XX, como consecuencia de la guerra nacional que inició en 1910, que terminó provocando el colapso de la hacienda Miller y provocó la huída de los criollos hacia otras comunidades, este baile se haya extendido más allá de estas llanuras, llegando incluso a lugares muy lejanos en esa época como Collantes, Cerro del Chivo y la Boquilla de Chicometepec, en el estado de Oaxaca, donde ahora se reclaman sitios originarios del baile de los Diablos.
Según estudiosos del Colegio de Michoacán, existen elementos corporales en algunos bailes y músicas rituales que denotan su origen africano: el cuerpo agazapado, la formación de ángulos con los codos y las rodillas, los movimientos enérgicos y frenéticos, los gritos y los voces, mismos que están presentes en el baile de los Diablos.
Otra de sus características es el desapego que muestran a la religión católica, a diferencia de los vaqueros y el toro de petate y de la fiesta de Santiago Apóstol, por ejemplo; de modo simbólico, los diablos aparecen y desaparecen en el panteón (van a traer y a llevar las almas de sus difuntos), al margen de esta iglesia.
También, la postura que asumen al bailar agachados, mostrando el lomo o espalda es similar al de oficiantes de ritos religiosos yorubas y bantus (congos) quienes se preparan para ser “montados” por el santo (en este caso, al espírito de muerto). Incluso, el modo viejo de bailar Los Diablos implicaba que La Minga hiciera girar el chicote o látigo por encima de las cabezas de los bailantes para obligarlos a permanecer bailando agachados, a costa de un mayor esfuerzo.
A mi entender, estos gestos pueden interpretarse como remanente del carácter cimarrón de este baile, además de estar constituido éste por un grupo de hombres al estilo de las llamadas sociedades secretas, como una disciplina casi militar. Al respecto, un gesto ilustrativo de esta idea es que los diablos no deben quitarse la máscara para que nadie conozca quién es quién, excepto ellos. O la obediencia que se les exige a los bailantes, por parte de La Minga y del Tenango o de los Diablos Viejos.
La mundialización moderna modifica con rapidez estos rasgos y propicia que incluso bailes locales profundamente rituales como del de los Diablos pueda ser transferido y, para la opinión de algunos, se pierda su esencia. Pondré dos ejemplos: es frecuente que los paisanos que radican en Estados Unidos pretendan recrearlo en donde viven, como un modo de dar continuidad a algo propio y auténtico. En sentido contrario, en Ometepec, por ejemplo, se ha enrutado el católico baile de los Diablitos, en honor a San Nicolás Tolentino, por el pagano de los Diablos, y es fácil notar esta apropiación porque es visto como un mero espectáculo desprovisto de ritualidad, como puede notarlo cualquiera que tenga ojos.
Y está bien que así sea, porque la cultura se mueve y ese movimiento la mantiene viva, a pesar de las posturas que pretenden que todo permanezca igual o se reproduzca como en los viejos tiempos.
Refiriéndose al futuro, Jean Paul Sartre decía que seguramente vendrán tiempos venturosos, pero estos son los nuestros. Del pasado también podemos decir lo mismo: Tal vez los tiempos pasados fueron mejores, pero sólo vivimos el aquí y el ahora. Y ahora es el tiempo de los Diablos.

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