DE LO AFROMEXICANO A LO AFRICANO
(21 de septiembre de 2024)
En la página Vidas afrodescendientes. Experiencias de vida en el periodo novohispano (1521-1821) del sitio Memórica México, del gobierno federal, se lee: “En lo que respecta al periodo colonial (1521-1821), las regiones de procedencia y embarque de africanas y africanos hacia América fueron cambiando conforme las potencias europeas extendieron su control a distintos puntos del continente, estableciendo factorías y puertos desde los cuales embarcaron a las personas esclavizadas”. Aunque este discurso se refiere a la condición de personas (humanos, no animales) de esas africanas y africanos, ya no, “esclavas”, como se les denominaba antes de lo políticamente correcto, sino “esclavizadas” (es decir, que no eran esclavas per se, por haber nacido así o porque esa fuera su condición natural o normal, sino que lo fueron por alguna violenta acción externa, la cual no se menciona, a pesar de que se sugiere al hablar del control de las potencias europeas, quienes las “embarcaron”), se omite que la mayoría fueron secuestradas y comerciadas por sus propios paisanos o por los portugueses, holandeses, franceses o ingleses. Pero este sesgo es menor si pensamos en que se inicia a contar esta historia ubicándolas como esclavas o esclavizadas (para el caso es igual), como si individualmente no tuvieran historia ni, tampoco, la tuvieran sus pueblos y civilizaciones a las que pertenecían. Es decir, el punto cero de este inicio es que nuestros antepasados africanos eran esclavos, que descendemos de esclavos. Hace años, el gobierno federal, en complicidad con el estatal y el municipal, promovió la ubicación de una placa de memoria de la esclavitud en Cuajinicuilapa, tal vez para que nos convenciéramos de que descendemos de esclavos, de bozalones, de piezas de ébano, de bestias de carga, de animales y no de personas, no humanos, no seres racionales, no civilizados, no personas dignas, de personas no dueñas de su ser y su hacer…
Y en la introducción de ese expediente de Memórica México tampoco se utiliza la palabra “negros” para referirse a esas personas antepasadas nuestras. Cuando menos dos de los libros de uno de los estudiosos que con mayor rigor ha estudiado estos temas, Gonzalo Aguirre Beltrán, sí utilizan este término: La población negra de México y Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro. Negros somos. Bien lo definió nuestro tata principal Álvaro Carrillo: “Soy el negro de la Costa/ de Guerrero y de Oaxaca”. Este término se utiliza entre nosotros para aludir al color de la piel. En ese sentido hablamos aquí; no, como un concepto expresamente político, de reivindicación o de lucha; al menos, no todavía.
Nuestra historia, la de los negros de la Costa Chica, inicia con la esclavitud, nos dicen. Descendemos de esclavos, insisten; que venimos de personas consideradas como bestias, como animales —nos han enseñado—, quienes no eran dueños de sus personas ni de su fuerza de trabajo (en minas, haciendas y trapiches), la que, desde mediados del siglo xvi, abonó sustancialmente al amasado de grandes fortunas, es decir, nuestros antepasados negros contribuyeron a que la economía de la Nueva España fuera relevante en el mundo, para beneficio de los colonizadores europeos. Además y, nada más ni nada menos, estas personas, nuestros antepasados negros, a partir de ese tiempo, contribuyeron a repoblar ese territorio, dado que las civilizaciones y los pueblos originarios, mesoamericanos (también, nuestros antepasados), fueron grandemente diezmados por la explotación de su mano de obra, por parte de los colonizadores, por epidemias como la viruela y el sarampión y por el choque cultural al ser sus múltiples fuerzas espirituales derrotadas, a través de una cruenta guerra, por ese ciego y vengativo Dios católico, apostólico y romano. Desde esa época, los mestizos pobres (producto de las mezclas entre peninsulares e indígenas) y los zambos o zambaigos (de la mezcla entre indígenas y negros) y sus múltiples mezclas acrecentaron la población de la Nueva España, la repoblaron.
En la reciente reforma al artículo 2º de la Constitución Política, a fin de reconocer a pueblos y comunidades indígenas y afromexicanas como sujetos de derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio y con respeto irrestricto a sus derechos humanos, se lee: “Los pueblos y comunidades afromexicanas se integran por descendientes de personas originarias de poblaciones del continente africano trasladadas por la fuerza, asentados en el territorio nacional desde la época colonial, con formas propias de organización social, económica, política y cultural, y que afirman su existencia como colectividades culturalmente diferenciadas”. Tampoco aquí, ni el Ejecutivo ni el Legislativo aluden a esas civilizaciones y culturas africanas antepasadas nuestras, sino que se hace un corte y hacen iniciar ésta, nuestra historia, “en el territorio nacional desde la época colonial” y, aunque no se refieren a la esclavitud o a la esclavización, sí se dice que fueron “trasladadas por la fuerza”, enunciado esto de manera timorata, omitiendo nombrar que fueron secuestradas y vendidas, en innumerables casos.
Nicolás Ngou Mve escribe: “En efecto, desde el siglo xv hasta la actualidad y, probablemente, para la eternidad, gracias al expansionismo europeo, África se colocó en una comunicación directa con Europa y con América, al otro lado del Océano Atlántico, a través de lo que se ha denominado el comercio triangular, es decir, la circulación directa y el intercambio entre estos tres continentes. Durante muchos siglos, nada ha escapado de estos movimientos e intercambios: ni los bienes, ni las personas, ni las culturas”. A partir de esta premisa, este estudioso pregunta, al referirse al rechazo de los africanos a la esclavitud en la Nueva España: “Porque el cimarronaje es la única actividad en la que los negros tuvieron la iniciativa a la que los españoles tuvieron que reaccionar. Pero, ¿cómo entender estos movimientos y sus autores, sus orígenes y sus objetivos y su funcionamiento si ignoramos a África?”. Es decir, propone que, para conocer la historia de los negros y sus descendientes en la Nueva España y, por ende, en el México actual, debemos escudriñar y conocer las civilizaciones y culturas de donde provenían nuestros antepasados (desde antes de ser secuestrados, vendidos y esclavizados, por cientos de millares) a través de un enfoque triangular: “Por lo tanto, el enfoque triangular se define como un método global y multidisciplinario, cuyo campo histórico parte del siglo xv y aborda la sincronía de las circulaciones y de las interacciones generadas desde entonces entre los tres continentes del Atlántico. En ese sentido, conecta la historia de los pueblos y las culturas de África con la trata negrera atlántica (siglos xv y xvi); esta trata, con la esclavitud de los negros y con la colonización del continente americano; esta colonización con el auge de las economías europeas; y este auge con el estado actual de las sociedades, de las culturas y de las economías de Europa, África y América. Del mismo modo que no puede entenderse América sin Europa y África, ni África sin América y Europa, ni esta última sin África y América. Así son las cosas desde el siglo xvi”.
Ngou Mve, una vez que plantea esto, enuncia su propósito al utilizar este método: “…el enfoque triangular quiere poner a África en el centro de las circulaciones atlánticas del siglo xxi; para ello, invita, primero, a restituir al continente africano este protagonismo que tuvo en el proceso de globalización comenzado en el siglo xvi”. El cimarronaje fue “una forma de resistencia típicamente africana —ejemplifica, para fundar su idea del protagonismo—, agresiva, vehemente e invencible: el kilombo de los Imbangala. Así, un puñado de guerreros podía llegar a enfrentar y vencer a los ejércitos regulares. Este método fue trasplantado en América… Los negros cimarrones no eran meros esclavos escapados: los fugitivos no hacen ruido, se esconden; pero los cimarrones de Panamá, de México, de Colombia, de Santo Domingo, de Jamaica, de Cuba, de Venezuela o de Brasil eran mucho más que simples fugitivos, no se escondían. Actuaban, atacaban y conquistaban su libertad con las armas en mano”. Pienso, aquí, en las luchas de Yanga y Francisco de la Matosa, en la zona de Perote, Veracruz, y en la de las huestes del negro independentista Vicente Guerrero y su subalterno Pedro de Algeciras en lo que ahora es la zona norte del estado de Guerrero; en ambas, los negros estuvieron acompañados por mestizos e indígenas y otros individuos de los “confinados” en castas por los españoles: lo que los unía era ser excluidos, marginados, explotados y empobrecidos por estos. Hay una línea que puede trazarse, observando la lucha de los guerrilleros negros en la Nueva España, la que Morelos llevó a formas de organización militares excelentes, controlando gran parte del territorio: inicia en las rebeliones del siglo xv y concluye con el pacto que la independiza, en 1821.
Ahora, en esta reforma constitucional se reconoce ahora que la nación mexicana también es multiétnica, además de ser pluricultural (como ya se reconocía, a partir de la reforma de 2019). Hay una idea que leí en textos de Enrique Florescano y de Luz María Martínez Montiel, la de la escritura de una historia mexicana, desde las instituciones del Estado, en la que se incluyeran las de los pueblos y civilizaciones mesoamericanas (mixteca, amuzga, zapoteca, yopime, nahua, tlapaneca, etc., en el caso de la Costa Chica). A ella hay que sumar la idea de Nicolás Ngou, que incluye la historia de los pueblos y civilizaciones africanas (bantús, congos, yorubas, guineos, mandingas, angolas, cafres, etc.); además, claro está —agrego— la de los pueblos y civilizaciones mediterráneas (occidente-oriente: griegos, fenicios, romanos, árabes, castellanos, hispanos, etc.) y asiático-pacíficas (filipinos, malayos, etc.). Pero, por ahora, con urgencia, el conocimiento de lo africano es necesario entre nosotros, para restituir esa historia; no, la que inicia en la esclavitud, como se pretende, sino la que inicia con pueblos y civilizaciones sofisticadas (como los reinos Buganda, Ruanda, Burundi, Vungu, Zimbabwe, Congo, Bungu, Matamba, Loango, Ngoyo, Kakongo, Ndongo, Loango, Congo, Ma-koko, etc.), cuyo legado está entre nosotros (la religiosidad, la “tarea” de transmitir la sangre de una generación a otra, la pulsión hacia la autonomía, la vital “filosofía” del ser y del actuar, de asumirse como responsable de uno mismo —tal el existencialismo francés— por ejemplo, o en plantas como la jamaica, la sandía, el café congo u okra, etc.). Muchos veneros alimentaron nuestra cultura, están en nuestra historia, ocultos: hay que descubrirlos. Ya lo dejó por escrito Gonzalo Aguirre Beltrán: no podemos conocer y entender nuestro país si no conocemos ni incluimos la historia de los negros (y mulatos, zambos, zambaigos, morenos, prietos, etc.) y su contribución a la economía, a la política, a la religiosidad, a la música y, en suma, a la cultura mexicana, a lo largo de los últimos cinco siglos.
No somos viles e indignos por tener una gota de sangre africana en nuestras venas (como sostenía la ideología colonial): somos personas dignas, y detrás nuestro hay infinidad de personas y de culturas, de historias: somos mestizos, productos de relaciones históricas provocadas por el encuentro de esa multitud, de esas multitudes, entendido el mestizaje no sólo como una relación de dominación y sometimiento, sino como “ese movimiento que consiste en acoger lo que no viene de nosotros, sino de otra parte: la lengua y la cultura de los otros, que al comienzo nos parecen extranjeros y luego, progresivamente, van a engendrar un sentimiento de extrañeza. Acoger al otro sin tratar de retenerlo (como la pasión amorosa), mucho menos de apropiárselo, es lo propio del diálogo, de la entrevista, sin los cuales no se concibe cómo podría corporeizarse una relación mestiza… No hay mestizaje sin don, sin amistad, sin confianza, lo que en modo alguno significa ausencia de conflictos… comprensión hecha de proximidad y de distancia, de fuerte implicación, pero, también, de discreción… de fraternidad inventada, fraternidad de aquellos que no necesariamente nacieron en la misma cultura, la misma lengua, ni comparten las mismas costumbres… entre varios, sin que haya una relación de subordinación”, como escriben François Laplantine y Alexis Nouss.
Hablemos ahora de nuestra dignidad.
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