lunes, 1 de febrero de 2010

De alianzas y otras indecentes prácticas de los poderosos (o de la democracia sin pueblo)

Impedir que el PRI llegue al poder, ¿para qué?, ¿para que no gobiernen sólo a favor de su clase política, en contra de los intereses de la gente? ¿Quién, quiénes quieren que el PRI no llegue al poder? ¿Por qué no se quiere que el PRI llegue a la gubernatura? ¿Quién garantiza que si el PRI no llega al poder las cosas públicas mejorarán? ¿En realidad es necesaria una alianza entre el PRD y el PAN para tener mejores gobiernos en el estado? En medio de este mare magnum de declaraciones y descalificaciones, ¿alguien, algún grupo político, algún partido se ha preocupado por consultar a sus electores, a su base social, a sus militantes y simpatizantes?

Anota en Proceso Jenaro Villamil que: “En primer lugar, se trata de alianzas negociadas en las cúpulas partidistas y no en las bases electorales o militantes de los partidos involucrados. Son movimientos de elite, con cálculos numéricos y de un corto plazo, bastante corto, para pretender que formen parte de una estrategia… Lo más preocupante es que, en esencia, son movimientos cupulares, apenas justificados a través de encuestas, que no cuentan con la opinión del principal involucrado: el propio electorado”. Y tiene razón: entre los grupos de poder, del partido que fuere, se dan argumentos a favor y en contra de las alianzas. Además, los actores políticos anochecen en un partido y despiertan en otro; se argumenta que esa movilidad es propia de los sistemas democráticos, y en ocasiones funciona, pero estos casos son contados, son la excepción, en los cuales un político sale de un partido para ingresar en otro, ganar una elección y hacer un gobierno en beneficio de la sociedad. La nota dominante ha sido lo contrario: los actores políticos salen y entran de los partidos a modo de seguir siendo parte de los grupos que comparten el poder, de la clase política, sin preocuparse por ser útiles a su electorado ni a la sociedad. Nombres, seguro que tienes muchos en mente y en la punta de la lengua, lector actualizado.

Hemos estado presenciando, y padeciendo, a lo largo de los últimos veinte años (uso un número grueso, lector puntilloso, pero pienso en el año 1988 como el parte aguas, cuando se rompió el poder del grupo priísta con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, basado en un movimiento de la sociedad, el Frente Democrático Nacional, donde los ciudadanos invadieron la cosa pública sin conseguir desplazarlos) cómo los grupos políticos de los partidos se han consolidado en este intercambio de militantes pragmáticos y de ofertas políticamente correctas (aunque, más bien, las de derecha y de izquierda se han uniformado y todos los discursos se parecen), para formar una clase política sólida que tiene como interés común la lucha por sus intereses y la de sus grupos, y un lenguaje también común, un discurso publicitario de corte comercial (enfocado en todos los casos a cuestiones coyunturales, para ofrecer soluciones mágicas que resultan demagógicas, a excepción del lopezobradorismo -Cárdenas mismo, en los últimos años ha demostrado preferir formar parte de la clase política que atender el sentir ciudadano). En este proceso, los ciudadanos no militantes, es decir, la mayoría de los ciudadanos han quedado fuera, al margen, sin incidir, sin ser tomados en cuenta, sin decidir las cuestiones esenciales del país; el ejemplo más reciente es el brutal, injusto e ilegal despojo que se cometió contra el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, ganador indiscutible del voto ciudadano, del voto de la mayoría, la que, a pesar de ello, no tiene el poder. La clase política nacional ha copado la mayor parte de los espacios políticos, y los ha pervertido, les ha dado un sentido contrario para el que fueron instituidos, incluso aquellos que nacieron como contrapeso a ella: el Instituto Federal Electoral, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Tribunal Federal Electoral, el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, etc. Acoto, lector leído, que no creo que la ciudadanización que parece subyacer en la propuesta calderonista que ahora se discute aporte soluciones para este desplazamiento del interés ciudadano por el de la clase política.

La excepción, decía, parece estar en el movimiento lopezobradorista, en el terreno de la oferta política, de una visión a largo plazo del desarrollo del país, de un proyecto de nación para los mexicanos. Sin embargo, es en el terreno organizativo donde este movimiento tiene serias fallas: no existe comunicación entre el liderazgo del político tabasqueño y los ciudadanos que simpatizan con él, por ejemplo. En principio, se pretendió recurrir a las estructuras del PRD, del PT y de Convergencia Democrática para hacer operativo este movimiento y llegar a la presidencia de la República en 2006, pero los intereses de los grupos de poder en esos partidos, particularmente en el mayor, el PRD, impidieron que fluyera la comunicación y que funcionara una estructura nacional para asegurar que el voto de la mayoría de los ciudadanos simpatizantes con López Obrador llegara a las urnas y se respetara su decisión, obteniendo un triunfo indiscutible; incluso, el intento de erigir una estructura que suplantara aquella no pudo concretarse. Han transcurrido cuatro años y esa falla organizativa no ha sido corregida porque dentro del lopezobradorismo también operan grupos políticos contrarios a los intereses de la ciudadanía y, tal vez, del propio López Obrador o del discurso que él enarbola. Pondré un par de ejemplos locales, lector concreto, para mejor entendernos y llamar vino al de uva: En Marquelia, algunos lopezobradoristas impidieron el paso de este medio informativo a una asamblea de evaluación encabezada la semana pasada por su líder (a mí me consta que esa ha sido una práctica común en este tipo de actos), lo que resulta flagrantemente contrario a la constante queja de que se le somete a un cerco informativo. Y, o bien López Obrador no está informado de que este medio ha cubierto sus actividades en la zona y por ello había línea para vetarlo, o alguien se tomó atribuciones basado en sus intereses, de grupo y no en los del movimiento lopezobradorista. En ambas situaciones la evaluación del hecho es negativa para el movimiento. Un segundo ejemplo: la delegación de Cuajinicuilapa informó en esa ocasión que ha expedido credenciales a tres mil quinientos ciudadanos, ha instalado 15 de 29 comités territoriales pero no ha sido capaz de distribuir más de cien ejemplares del periódico Regeneración. Existe, también, un quiebre al sentido común: ¿Tienes tres mil quinientos ciudadanos empadronados y electos la mitad de los comité del municipio y sólo has distribuido cien ejemplares de seiscientos que te asignaron? Pero la realidad es otra: las dos primeras cifras dadas por el presidente del comité municipal en Marquelia son falsas (y la información que funde esta afirmación ha de salir a flote) y la única cierta es la última. Por cierto, este tecleador de oficio ha podido observar que el periódico con el que el lopezobradorismo va a romper el cerco informativo yacía (¿yace?) en la mesa de una tienda de Cuajinicuilapa, sin ser repartido casa por casa como aseguran.

En fin, también esos grupos políticos enquistados en el lopezobradorismo actúan del mismo modo que los demás de la clase política nacional: por sí y para sí, sin tomar en cuenta a los ciudadanos. Si no lo crees, pregúntale a Eloy Cisneros, por ejemplo, lector indignado. Y esa es una de las características de las alianzas que se proponen en Guerrero, por ejemplo, lector suriano, una de las cuales pretende que el PAN y el PRD vayan juntos y de la mano para impedir que el PRI regrese a gobernar el estado. En primer lugar, ni siquiera dentro del mismo PRD existe alianza entre las corrientes para acordar un método de elección de su candidato; es más, en este momento ni siquiera existe una alianza para renovar las dirigencias municipales, o para respetar los acuerdos de aquellos comités que se han nombrado por consenso. Todavía no se reparten, pues. O las reparticiones han dejado a varios inconformes. También se prevé la alianza entre el PRI y el PVEM; y, de seguro, el Panal buscará con quien aliarse. Insisto, en esta democracia representativa, los representantes han estado usurpando la voluntad de sus representados: es una democracia sin ciudadanos.

Recupero unas palabras de Porfirio Muñoz Ledo, ilustre miembro de la clase política, referidas a la ruptura de la alianza entre el PRI y el PAN pactada para dar legitimidad a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, con motivo de la oposición de los primeros a los actuales planteamientos de alianza entre los azules y los amarillos: “Se antoja un ejercicio de violencia intrafamiliar: la disolución aparente de un contubernio que legitimó elecciones fraudulentas y propició un cogobierno precario para deleite de los poderes fácticos. A no ser que, después de la golpiza, el macho pretenda llevar nuevamente la víctima a su lecho”. Don Porfirio tal vez no pensó que esta última frase podría aplicarse a las posibles alianzas entre el PRD y el PAN (Durango, Oaxaca, Guerrero, Quintana Roo, Hidalgo, etc.): A no ser que, después de la golpiza, el macho pretenda llevar nuevamente la víctima a su lecho. Precisamente porque a los grupos políticos perredistas que promueven la alianza pareciera que se les olvidó que fue el PAN y muchos de los grandes empresarios (destacadamente televisa, teveazteca, bimbo, jumex, grupo modelo…) quienes despojaron a López Obrador del triunfo. La derecha, que sí se alía conforme a su ideología, a diferencia de los grupos del PRD, del PT y de Convergencia que se dicen de izquierda, pero que no lo son, y se alían en función de sus intereses grupales. Por cierto, el PAN ha puesto como condición que los candidatos de tales alianzas reconozcan al “espurio” como presidente.

Y como nadie me pide parecer, o me lo niega, daré mi opinión hacia lo que debería ser: consulta con los electores para decidir el candidato del ala de izquierda (digo izquierda por dar un referente), sea del PRD, el mayoritario, o del PT y o de Convergencia (que, al parecer, ya han amarrado una alianza), o ciudadano o externo, el candidato de los ciudadanos, el que pueda ganar, el que tenga más probabilidades y garantice procurar un gobierno en beneficio de la sociedad. Después tendría que sumarse cualquier fuerza, y esfuerzo, incluidos el de Zeferino y el de López Obrador, por ejemplo, y hasta los panistas (mochos y no mochos). Pero se sospecha, lo sospecha cualquier lector informado, que estos grupos políticos no comulgan con lo que aquí se escribe, por muy decente que parezcan. Ya lo dice la gente: El coche, al lodo.

(La Esquina de Xipe)

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