Tres son las condiciones necesarias que deben conjuntarse para conseguir que el PRD retenga el poder en el gobierno del estado: 1, el apoyo de Zeferino Torreblanca Galindo, actual mandatario en Guerrero, al candidato que se designe; 2, la unidad de los perredistas y lopezobradoristas en torno a ese candidato; y, 3, el candidato mismo, es decir, su imagen, su carisma, su oferta y su trabajo político en campaña. Zeferino Torreblanca tiene en sus manos (o en sus labios) la decisión central para echar a andar un proceso que permita que su sucesor salga de entre los cuatro aspirantes del que, según dice, también es su partido. Armando Ríos Píter, Cuauhtémoc Sandoval Ramírez, David Jiménez Rumbo y Lázaro Mazón Alonso, por orden alfabético, son los nombres de los cuatro. Uno de ellos deberá conseguir que esas tres condiciones lo favorezcan para contender por el gobierno que dejará Torreblanca, con altas probabilidades de ganar, de retener el primer gobierno del PRD en Guerrero.
En principio, que Zeferino lo considere su sucesor y le otorgue el apoyo del gobierno estatal durante la campaña y la jornada electoral, sin medias tintas, sin ambigüedades, aunque tal vez discretamente. En términos menos abstractos y más precisos: deben fluir recursos a la campaña, particularmente recursos económicos, directos e indirectos. Los primeros, en efectivo para pagar publicidad, propaganda, foros, reuniones, operadores políticos, vehículos, transporte, para movilización de los votantes y todo lo que se refiera a cuestiones operativas. A diferencia de la campaña de Zeferino, ahora existen situaciones adversas para que la gente aporte dineros o haga aportaciones en especie, como lo hizo entonces, y que van desde la molestia por el desencanto ante su modo de gobernar y la escasez provocada por la crisis económica que vivimos. Los recursos indirectos son aquellos programas, apoyos, gestiones y trámites que proporciona el gobierno estatal; siguiendo la argumentación, estos recursos deberán utilizarse para conseguir el voto de los guerrerenses, incluso de aquellos perredistas inconformes con el gobierno de Zeferino o de ciudadanos de otros partidos beneficiarios directos de los programas del gobierno. Más que “presumir” a Zeferino y sus obras, se requiere cash, money, dinero, recursos económicos para aceitar la maquinaria electoral y ablandar la conciencia ciudadana adversa o rejega.
La segunda condición se refiere a la estructura de promoción del voto y a la propiamente electoral; ambas ya existen: el PRD tiene experiencia suficiente en las dos actividades políticas centrales de todo proceso electoral. Concentrar esa experiencia en el candidato del partido requiere que los expertos así lo decidan, es decir, que los militantes del espectro de izquierda, particularmente el PRD, el partido mayoritario, depongan sus intereses grupales y de corrientes e individuales para invertir tiempo y esfuerzo en la campaña para ganarla. Más allá de los matices o las profundidades ideológicas de la izquierda, y sus consecuentes prácticas políticas, quien sea designado candidato debe tejer amarres con la mayoría de los grupos y corrientes, no sólo a nivel estatal y regional, sino, y también, en los municipios y comunidades, donde también suceden enfrentamientos por intereses particulares. Y para conseguirlo, el candidato deberá ofrecer y comprometerse a ceder espacios en el gobierno, en el partido mismo y, además, a apoyar futuros proyectos políticos para presidencias municipales y diputaciones, por ejemplo. También ha de ofrecer los beneficios de los programas del gobierno. No de otro modo podrá conseguirse el apoyo de los grupos y corrientes, quienes funcionan como canales de comunicación entre la cúpula, el candidato y su equipo, y las ciudadanos de a pie, cuyo voto debe ser contundente, es decir, la diferencia en la votación no debe dejar lugar a dudas, como ocurrió con Zeferino Torreblanca.
De las tres condiciones, la anterior es la que requiere de mayor finura política, sin que el candidato deje de tener en cuenta que tejerá promesas, las cuales no necesariamente tienen que amarrarlo en caso de ganar la elección. A diferencia de la campaña de Zeferino, en la que a muchos militantes y ciudadanos les bastaba la promesa de un mejor gobierno, de derrotar al PRI y creer que automáticamente se instauraría un mejor gobierno, más democrático, menos corrupto, más atento a las demandas de los más pobres, ahora se trata de ofrecer espacios de poder concretos, cotos, nombramientos, oficinas. Se trata de convencer a las estructuras políticas partidistas que se incluirá en el gobierno a quienes participen para que el candidato sea gobernador, a quienes trabajen por él, a quienes cumplan objetivos específicos dentro de las estrategias de campaña, a quienes se sumen y ayuden a ganar, y ganen a su vez. Es obvio que algunos actores políticos intentarán vender cara su derrota, como en el caso del fallecido Armando Chavarría, quien sin tener probabilidades a su favor para ganar la candidatura a gobernador y sin poner totalmente a disposición del candidato el trabajo de sus prosélitos, consiguió el compromiso de ser nombrado secretario de gobernación, como finalmente ocurrió. Es claro, también, que quienes no crean haber sido “pagados” en su justo precio van a hacer contra labor al candidato, y esta previsión no excluye a aspirante alguno. Incluso, en algún o alguno de los casos, particularmente entre quienes dirigen grupos o corrientes habrá que utilizarse dinero constante y sonante, aparte de los compromisos que se contraigan.
Finalmente, la imagen, la figura del candidato será importante, es una tercera condición necesaria y obligatoria. A él le corresponderá tener un discurso ágil, fresco, oportuno, imaginativo e inteligente para sembrar la esperanza, para dar ilusiones, para prefigurar certezas entre los votantes, quienes deben convencerse que él ha de gobernar bien, él, no otro. No que él sea una opción, sino que él aparezca como, que él sea la única opción: que le votante diga: Voto por éste o voto por éste. Ya no se puede acudir al expediente de un mal gobierno al que derribar, de un cambio histórico por hacer, sino a la promesa a secas de que se sabrá gobernar en beneficio de la mayoría, de que se tiene interés y experiencia. Es decir, la oferta del candidato deberá dirigirse a la sociedad, a cualquier ciudadano, no solamente a un sector o a algunos sectores sino a todos los sectores; incluso, si se decide “presumir” los logros del gobierno en turno se deberá articular un discurso en torno a la idea de rescatar lo mejor, reconociendo implícitamente que se han cometido errores y retirándose un tanto, tomando distancia del actual gobierno, de la imagen autoritaria que viste Zeferino Torreblanca, criticando, incluso, la corrupción de su gobierno, su carácter elitista y otras deficiencias mostradas. El candidato, pues, debe ser un gran demagogo.
He hablado de probabilidades, lector atento; sin embargo, como todo en la vida, lo seguro no existe, a pesar de la lógica, pero esa es harina de otro panqueque, disquisición de otras cocinas, estrategia de otra ficción, y cuando ello ocurra, ha de ocurrir.
(La Esquina de Xipe)
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