miércoles, 9 de octubre de 2024

PALABRAS DE NEGROS: LUIS G. INCLÁN DIALOGA CON ÁLVARO CARRILLO

Las Señas del Mestizaje



(8 de octubre de 2024)

La primera novela mexicana la escribió un negro o, ¿debo decir “moreno”, “mulato”, “zambo”. “lobo”, “collote”, “pardo”, “prieto”? sureño; pero no “afrodescendiente” ni, mucho menos, “afromexicano”, ni, peor, “afromestizo”. Sobre la primera cosa que digo, cito, de segunda mano, a Carlos González Peña: «Nunca, y por manera tan espontánea, se ha reunido un repertorio tan vasto de palabras, locuciones y giros particularísimos del pueblo mexicano. Jamás novelista alguno nacional supo hacer hablar a sus personajes con la fidelidad y abundancia con que él lo hace; ni describió con tan nimio apego y vario colorido, mediante las peculiaridades del lenguaje, nuestros tipos y costumbres, nuestros paisajes, nuestras cosas nacionales y tradicionales». Por su parte, Victoriano Salado Álvarez escribió: «Lo que me cautiva y maravilla es su extraordinaria receptividad del lenguaje popular, al grado que no hay palabra, modismo o refrán o frase mexicanos que no se hallen en esta amena selva de nuestro desarrollo lingüístico, al través de nuestra historia de cuatro siglos». Ambos dos están copiados por este escribano del tomo I de la edición de Manuel Sol de la novela Astucia. El jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales, del Fondo de Cultura Económica.

En la edición que hizo de esa novela, Salvador Novo sostiene: «Los personajes de Inclán son mexicanos. Él mismo es sus personajes. Porque habla su lenguaje; porque se ha impregnado en su forma, ha sido capaz de asimilar, y de polarizar, su espíritu… Inclán ejerció con valentía el concomitante derecho literario a emancipar el instrumento de su expresión, como, y al mismo tiempo que, emancipaba a sus sujetos de una dependencia española de la cual, en forma y espíritu, novela y personaje, lengua y caracteres, esencia y presencia, conservarían tan sólo aquello que en sangre y lengua España había aportado a la gestación de ese hijo suyo nacido en un nuevo mundo que era ya, igual y diferente, al mexicano».

Mestizaje del lenguaje, materializado en ese momento en la novela Astucia: del castellano-arábigo-andaluz (en la dominancia), pasando por el sustrato del náhuatl (lengua franca, utilizada por los colonizadores para hacer entender lo suyo) y otras lenguas originarias hasta el español novohispano, y, al final, el “dialecto” mexicano que acompañó el movimiento de independencia (territorial, jurídica, política, económica e ideológica, cultural e idiomática, etc.) de lo que se llegó a llamar la América Mexicana [«El movimiento insurgente, antes de 1814, no daba mucho crédito al nombre de México. “América” era el término más empleado, sin embargo, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, además de ser el primer código constitucional y declarar la absoluta independencia respecto a España, delimitó y nombró una entidad formada por las provincias de México, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Oaxaca, Michoacán, Querétaro, Guadalajara, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila, Nuevo León y la nueva provincia de Tecpan, llamándola la “América Mexicana”, dicen los INHERM]». Lenguaje mestizo y amestizándose por siglos… hasta nosotros. No sé si esta novela la leyó el moreno Rubén Mora, pero en la obra de éste hay, digamos, reflejos de aquel. O si la leyó el negro Álvaro; pero, bueno, en unos más párrafos abordaremos a este padre costeño nuestro, tata Álvaro.

En lo segundo, quienes han estudiado esta novela refieren que la madre de don Luis Gonzaga Inclán era la «mulata sureña» (precisa Salvador Novo) María Rita Goicochea, quien vivía en Tlalpan, a mitad del siglo xix. Y, de don Luis se menciona «su color moreno», que era «moreno de color», según testimonio de González Peña, citado por Novo. Esta novela, de un montón de páginas, extensa, es, a mi juicio, una primera piedra negra (valga la expresión) en el mestizaje novohispano que derivó en lo mexicano, en lo de uno y en lo de todos nosotros, y cuyos hechos sustanciales siguen siendo, existiendo, teniendo continuidad, por ejemplo, en la obra del costeño ¿negro? Álvaro Carrillo Morales, el sureño negro de la Costa, también hijo de una “mulata” o “morena” o “negra” o “prieta”, bunitilla, de “color quebrado”, nativa de Fuchitán, de nombre Candelaria Morales.

Escuchando las chilenas de don Álvaro, le parece a uno que está en el mismo mundo de don Luis Gonzaga, que hay una accidentada continuidad en los tiempos (años, siglos) transcurridos en este territorio nuestro: aunque la mayoría de las peripecias de su novela las ubica en Michoacán, éstas pertenecen al ámbito sureño, que incluye parte de ese estado (Tierra Caliente), más el de los actuales Morelos, Guerrero y Oaxaca, zona de intenso y extenso mestizaje afroindio (uso esta palabreja actual —neologismo de uno— por no encontrar otra que se le acomode, la que ha sido y es y está siendo y será la sustancia —si fuera válido tal término, y no sólo término, sino sitio de paso— de lo “sureño” o lo “costeño”). Esta zona fue escenario importante en la lucha de los negros novohispanos por la libertad (no, a la esclavitud; ni al sistema de castas —no, al racismo, dicho esto en términos actuales) y por la independencia (la creación de un nuevo país, la América Mexicana, sin pertenecer ni estar siendo sojuzgada por la élite de la España: la Corona y la Iglesia Católica, Apostólica y Romana), encabezados los independentistas por los negros José María Morelos, Vicente Guerrero y Juan Álvarez, entre otros, quienes inicialmente impulsaron la creación de un territorio independiente y autónomo (con la Provincia de Nuestra Señora de Guadalupe de Tecpan, por decreto de Morelos, el 18 de abril de 1811) para los afroindios aquellos, que también somos nosotros. Anoto aquí, de pasadita, al mixteco-negro amestizado Juan del Carmen, de Rancho Cuanachinicha, lugarteniente del negro Vicente.

La trayectoria de este mestizaje la canta, la subsume, la concentra, por ejemplo, en esta chilena, don Álvaro: « Éntrale, negra bonita,/ que te quiero ver bailar/ esta linda chilenita/ que te vengo a dedicar,/ pero cuida tu boquita,/ no te la vaya a besar.// Ándale, chiquita, que te quiero, mamacita;/ Ándale, preciosa,/ cachetes color de rosa.// Soy el negro de la Costa/ de Guerrero y de Oaxaca,/ no me enseñen a matar,/ porque sé cómo se mata,/ y en el agua sé lazar/ sin que se moje la riata.// Cierto, que echo mis habladas,/ pero Sóstene’ me llamo./ A mí nadie me hace nada,/ como quiera yo las gano;/ y no hay ley más respetada/ entre todos mis paisanos/ que un machete entre mis manos.// Mi padre fue gavilán y yo nací ticos-tico;/ soy como el tarran-tan-tan/ que ‘ondequiera pego el pico:/ la polla que a mí me gusta,/ yo le echo el ala y la piso».

Los personajes centrales de “Astucia” son así: diestros en guerrillas, armados con machetes, de a caballo, temerarios, guapos y valientes, indómitos, autónomos, diestros vaqueros o “charros”, justicieros, cuyos antepasados guerrearon como independentistas (los protagonistas, al lado de los Rayón), afectos a los fandangos (músicos, bailadores y verseros), a las peleas de gallos (“palenque”, término éste ligado a la pulsión de los negros africanos esclavos por huir de la esclavitud y refugiarse en zonas inaccesibles), al rodeo (montar vaquillas y torear toros, mostrar sus habilidades en el manejo de la reata y el caballo, etc.), enamorados, y más.

Al describir al protagonista Lorenzo Cabello en su identidad del charro “Astucia”, quien encabeza el grupo de —digamos— autodefensa de los vecinos del Valle de Quencio para combatir a los delincuentes que los asuelan, ante la autoridad estatal que lo busca para que le rinda cuentas, el propio “Astucia”, fingiéndose otro, se auto describe así: «…es teniente coronel efectivo con grado de coronel, soldado viejo que ha ganado sus ascensos con su sangre, todo su cuerpo está lleno de horrorosas cicatrices; fue desde la insurrección el dedo chiquito del general Guerrero y es un verdadero liberal». Y, líneas después, precisa: «…es un hombre muy campechano, nada patarato y, como bueno sureño de los de por allá abajo, pocas palabras y machetazos de derecha e izquierda». Pero el reconocimiento y la admiración que Inclán, a través de sus personajes, manifiesta hacia el negro Vicente Guerrero continúa: El gobernador de Michoacán, una vez que lo enteraron de los hechos anteriores, exclama: «Pues entonces ya merece más atención; basta que sea de la escuela del general Guerrero, porque ése fue el mejor liberal de buena fe y firme defensor de nuestras garantías». A pesar de ello, quienes han estudiado esta novela aseguran que Inclán no se metía en política. Pa’ mí que era un liberal y federalista. Sigamos.

En ese juego de “Astucia” para entompetear al gobierno, hay en personaje menor, “El Chango”, que lo acompañará en el transcurso de las acciones de la última parte de la novela hasta el final; incluso, Inclán transmuta sus papeles, sus identidades, los hace cuates, es decir, gemelos: el uno es el otro, y viceversa, como parte de ese juego. La filiación que dan a la autoridad como de “Astucia”, es la de “El Chango”: «…un hombre de más de cincuenta años, nacido por el rumbo de Acapulco, cargado de hombros, con el pescuezo muy corto, chaparrón, cojo de la pierna izquierda, pelo crespo, cerdoso y cano; frente muy estrecha, ojos enchilados, nariz aplastada y de anchas ventanas, boca grande, con labios carnosos amoratados, barba poca, color trigueño oscuro, con algunas manchas de pinto azul y sumamente hoyoso de viruelas». Seré muy imaginativo, pero en varias de esas señas se parece a tata Álvaro. También, a Amparito, quien, a la postre será la mujer de “Astucia”, le mera mención de éste «le llamó la atención, chocándole el tal nombre de Astucia, suponiéndolo como sureño, un negrote de esos medio desalmados y ladinos». Después, al padre de ésta, nombrado ya gobernador, cuando pregunta «¿Qué casta de hombre será ese coronel?», le responde “Astucia”, quien se finge otro y se disfraza ante él, sin ser identificado, a pesar de ya haberlo visto antes: «Un sureño de esos macheteros que todo lo componen a tajos y puntazos, según nos han dicho». En acción, el filoso machete costeño. 

A “El Chango”, Inclán le da el oficio de cocinero de su jefe y su familia; antes, fue arriero bajo el mando de los charros traficantes de tabaco, y guerrillero como ellos: «Mientras que Amparo cuidaba a su esposo, El Chango fregó sus trastes y acomodó su recaudo y demás cosas para no dejar nada olvidado». En algún momento, invitan a comer al gobernador: «El gobernador llegó cansadísimo al cerro de la Culebra, tirándose a descansar en la cama que halló dispuesta, donde se durmió un buen rato; de modo que no sintió cuando llegó El Chango muy cargado de botellas y recaudo: Luego luego tiró la cotona y se puso a cocinar, disponiendo la comida». Después de “taquear”, el invitado indaga por el cocinero; le dice Simón quién es: «No es extranjero, es criollo… De por Oaxaca». O séase que se es, paisano de uno. También, más tarde, el papá de Amparo habrá de pedir: «…que le vayan dando nueces encarceladas a los guajolotes para tomar el mole de manos del Chango, que para eso se escupe la mano y uno se chupa los dedos».

Además, Inclán lo pondrá de pilmamo: «El Chango lavaba sus pañales, planchaba su ropita y desempeñaba de pilmama…». Y, tanto “El Chango” como Simón (otro leal servidor de “Astucia” y de su familia) enseñaban al niño, a quien apodaron “El Changuito”, a ser «un buen charro de a caballo» y a manejar el machete: Su mentor lo instruía así: «…échale un corte a ese bicho, Changuito —y el niño meneaba su bracito como si tirara un machetazo—; dale un puntazo —y también hacía el movimiento o, si le daban algo con que ofender, lo hacía de veras—». Y, en eso del machete como arma, incluso, llega Inclán a aludir a “un corte costeño”.

Hay otros tópicos de nuestro mestizaje en esa novela, como las mujeres de a caballo, ahombradas, machorras, marotas, diestras en el uso del caballo y otras actividades presuntamente masculinas. Recuerdo aquí los versos de don Álvaro, en Canto a Costa Chica: «amo el simulacro de las capitanas», esas mujeres que suelen montar en la fiesta de Las Capitanas, en la que se amestizan el oficio de vaquería de los negro-indios costeños y el catolicismo en la figura de ese hombre que monta a caballo y carga machete y aniquila a sus contrarios, el Santiago “Matamoros” o “Mataindios” traído de la Península Ibérica, pero, ahora, asumido como propio, de uno, nuestro, nosotros mismos. Pero, ésas son otras señas de nuestro mestizaje, que veremos después. Por el momento, habrá que leer ese poema de don Álvaro y, por supuesto, como dice Salvador Novo acerca de la novela Astucia: todo mexicano debe leerla.

AÑIDIDO:

El Imperio azteca era principalmente un Estado joven que no había integrado las ciudades y etnias conquistadas (La única acción consciente para integrar las ciudades conquistadas era la llamada «hipogamia», una política de alianzas matrimoniales que consistía en dar como mujer al soberano de la ciudad conquistada una princesa de linaje real.) y que tenía enemigos hostiles, en ocasiones muy bien aguerridos, como, por ejemplo, las ciudades del Valle de Puebla, los señoríos huaxtecas, el Imperio tarasco y los reinos de Tututépec, Metztitlan y Yopitzinco.

Tomado de La verdadera visión de los vencidos, de Antonio Aimi.

No hay comentarios:

Seguidores