martes, 29 de enero de 2013

DE POLICÍAS COMUNITARIAS Y OTROS TEMORES


¿Alguien quiere la guerra?
[Pregunta ociosa, y retórica,
hecha epígrafe inoportuno]

Durante muchos años en San Nicolás, en este municipio, los policías que hacían labores de guardias de la comunidad ofrecían su trabajo por mandato de la propia ciudadanía, de modo gratuito y circunstancialmente, es decir, en ocasiones que así lo requerían, como en las fiestas y bailes, tanto particulares y públicos, que solían realizarse a la vista de todos y en los cuales todo mundo podía participar (excepto en los bailes de paga). Eran responsables y respetuosos, y la población les tenía respeto: actuaban como en familia, con sus buenos y malos usos y costumbres, y, en general, eran efectivos. Utilizaban las armas de la comunidad, y las propias, claro está, aunque algunos preferían no usarlas y sí esgrimir algún bejuco, alguna vara. Recuerdo con cierta nostalgia cómo todavía en los primeros años de la década de los noventa del siglo pasado, en algunos bailes de algún festejo (boda, quinceaños, etc.), estos policías se paseaban en medio de la ramada para impedir que los muchachos se amontonaran ante las muchachas para sacarlas a bailar: ellos permanecían en un extremo de la pista, parados; ellas, sentadas en el otro extremo; cuando sonaba la música, los policías se hacían a un lado para dejar que los primeros pretendieran los favores dancísticos de las segundas: ¡y a bailar todos!, unos con pareja; otros, sin ella, mandados a bailar.
Esa policía comunitaria terminó hasta que llegó el gobierno municipal y pretendió institucionalizarla, siguiendo también los deseos de las autoridades de San Nicolás y de los policías comunitarios, quienes deseaban dineros o un salario por su trabajo; es decir, su labor dejó de verse como un servicio a la comunidad para convertirse en una fuente de ingresos, en un trabajo, una actividad permanente y remunerada, regulada. Además, exigieron vehículo para patrullar y mejor desempeñar su vigilancia. Eran tiempos en que Vicente Cortés Rodríguez gobernaba Cuajinicuilapa, luego de ganar la elección encabezando al PRD, ante Hilario León Robles, del PRI. San Nicolás aportó muchos votos a la causa de Cortés Rodríguez, quien allí no sólo tenía muchos familiares y parientes sino también muchos amigos y simpatizantes. Por ello, él se sentía comprometido con ellos, con esa comunidad, y accedió a buscar beneficios para esos policías, para esas autoridades, para esos ciudadanos, para esa población.
Beneficios para los policías: un trabajo permanente, salario también permanente, además de transporte, uniforme y el prestigio o estatus por trabajar en el ayuntamiento de Cuajinicuilapa (ya no como policía comunitario). El asunto no era fácil porque las autoridades estatales pidieron, como es su uso y costumbre, que los policías dejaran de ser servidores de la comunidad, es decir, solamente de San Nicolás, para convertirse en policías preventivos del municipio, lo que implicaba calificarse: tener estudios de bachillerato, tener buen estado de salud y condición física, tener preparación mínima en labores policiales, etc. Y mientras se daba esta negociación entre autoridades estatales y municipales y los propios policías de la comunidad, Cortés Rodríguez les dio una camioneta para patrullar, uniformes, armas y sueldos, pero les exigió que cumplieran con algunas de las obligaciones de la policía preventiva, como patrullar y prestar auxilio en otras comunidades. Y ése fue el principio del fin de esta añeja policía comunitaria. Como anécdotas anoto que, por ejemplo, ya en su etapa de transición, la patrulla era utilizada para acarrear leña por el comisario de ese momento; o que los policías “se vieron en la necesidad” de “agarrar presos” muy seguido para tener a quien multar y “sacar para la gasolina”.
Ahora que se han creado varios cuerpos de policías comunitarios en varios municipios del estado de Guerrero, pienso en las experiencias anteriores. Es obvio que ni la de San Nicolás ni las nuevas policías ciudadanas de Ayutla y Tecoanapa, por ejemplo, pueden compararse a la Policía Comunitaria de la Costa-Montaña, y que el proceso organizativo de ésta es peculiar y está basado en la CRAC o Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, la que está integrada por autoridades municipales, ejidales y tradicionales, las cuales también se apoyan en los ciudadanos que representan grosso modo. Y en esta policía, el proceso de institucionalización ha sido exitoso, con sus altas y bajas, de modo tal que les ha procurado independencia de eso que llamamos Estado, es decir, de todas las instituciones legales o contempladas por las leyes y reglamentos de todos los niveles de gobierno, la mayoría de las cuales adolecen corrupción, no procuran justicia, obedecen a intereses de políticos, de grupos o de personas, o actúan parcialmente. Para ello ha sido importante la toma colectiva de decisiones, entre otras características de ese paradigma de cuerpo policíaco.
Al ver la conformación de supuestas policías comunitarias en estos municipios en los recientes días, más allá de su pertinencia y de la necesidad que tienen ésas y otras regiones del estado para crearlas, miro un desorden, al parecer provocado con fines aviesos, perversos, como la militarización de la zona, veo una mano política que agita esas aguas para revolver el río y sacar ganancia, también política, lo que debe leerse también como: económica, etc. Sin embargo, mis reflexiones se dirigen hacia otro lado: leo opiniones que proponen la institucionalización de esas policías, y hasta de la Policía Comunitaria, y creo que si éstas se suman al Estado, las dinámicas de su funcionamiento y las problemáticas que padece las contaminarán a mediano y largo plazo (aunque tal vez también ocurra a corto plazo), es decir, se volverán corruptas, tendenciosas, interesadas, politizadas, etc. Discrepo también de la opinión del gobernador (aunque cambia de opinión como de calzones), en el sentido de que la seguridad pública en el estado de Guerrero esté a cargo de militares, por la misma causa: los militares no han mostrado ser aptos para cuestiones civiles, porque, además, no han sido instruidos para ello, y las evidencias de violaciones a los derechos humanos por su cuenta se han multiplicado. Ya lo habían advertido, y mucho: si seca al ejército de sus funciones habituales y se le convierte en policía, mala cosa será, para nosotros y para ellos.
No sé cuál será la solución idónea para salir de esta guerra civil, del reino de la delincuencia, del reino del miedo y la zozobra, de la crisis del Estado, de la violencia, pero sospecho que no será sino hasta cuando la voluntad de quienes ahora gobiernan el Estado (a nivel federal y estatal) los decida a comprometerse a actuar por resolver la situación (como los anteriores gobernantes lo hicieron en sentido contrario), y será entonces, sólo entonces cuando se vislumbrará un mejor estado de cosas. Que la sociedad, más bien, que los ciudadanos de a pie nos organicemos para presionar en ese sentido y actuar como vigilantes de que este proceso ocurra, y ocurra en las mejores circunstancias, será valioso. Es lo ideal, pero nunca se sabe, en una sociedad acostumbrada a pedir y recibir favores o dádivas a cambio de, también, favores, como votar por X o Y, si seremos capaces de organizarnos. Sospecho que no, sospecho que, una vez más, estamos a merced de esos que no llaman poderes fácticos pero que sí son poderes fácticos, de hecho, pues, que incluyen, también sospecho, a esas instituciones, a esos gobiernos que debieran dar dirección al estado de derecho, al Estado mismo, y no lo hacen, sino que lo corrompen, lo prostituyen, lo gobiernan sólo para beneficio de ellos. Como dijo uno de mi pueblo, sin que se lo preguntaran: Mejor lo dejamos así, yo no quiero la guerra. Pero ya guerra la trajeron sin consultarnos, iba a decirle, pero no me dio tiempo de hacerlo. ¿Alguien quiere la guerra?

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