1 de abril
La pascua es resurrección. O celebra la resurrección del llamado hijo de Dios, Jesús El Cristo, por los católicos. En estas fechas, los afromexicanos de Cuajinicuilapa se suman a una larga tradición de teatro popular para representar las peripecias y los sufrimientos atribuidos a Jesús en su afán de salvar al hombre, pecador por naturaleza, quien será redimido por el dolor y el sufrimiento que el prohombre experimentó.
La religión une lo que la política o los asuntos cotidianos suelen desunir: niños, mujeres, jóvenes, adolescentes, viejos, señoras se juntan por días para ensayar y para representar ante su comunidad antiguas leyendas, heredadas desde siglos, de otras culturas y asumidas como propias, sentidas, vividas, sufridas, re-presentadas.
Época de expiación de culpas, de perdón de pecados, de resurrección de almas y conciencias, la pascua; época para recordar (y no dejar de olvidar, es el ideal) que si el hombre es lobo del hombre, el hombre está obligado a ser hermano del hombre, que el hombre está obligado a ser prójimo (próximo) del hombre, más allá de colores, sexos, edades, religiones, filias y fobias, riquezas y pobrezas.
Época para aceptar que si uno lastima a su hermano el hombre, no lastima a Cristo sino a sí mismo, escupe hacia el cielo, golpea su propio rostro, ahonda su propia llaga; época para aceptar que si uno puede hacerle trampas a Dios, no tendrá ganancias porque no se puede ganar sobre uno mismo, porque no puede uno trampearse a uno mismo.
A pesar del pesar por el sufrimiento de Jesús que supone esta celebración, los jóvenes, los niños, las niñas, las adolescentes visten coloridos trajes que simulan vestimentas que desconocen y remedan pasajes ignotos, pero se nota la alegría con que asumen sus papeles, la aplicación en sus parlamentos o en sus gestos. Y es doble ganancia para ellos porque de ese modo se acercan a su fe, tal vez de manera intuitiva, y representan ante otros sus presencias extraordinarias por estar viviendo sucesos que no ocurren todos los días, por ser los portadores de esa fe, sus propagadores.
Se agrega de esa manera otra arista a la religiosidad: el sentido de fiesta, la vitalidad de la existencia, el sentimiento de comunidad satisfecha y orgullosa de sí.
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