martes, 21 de mayo de 2013

Pseudo crónica: Yendo a leer poemas a Zihua...


15 de abril
EDUARDO AÑORVE
CUAJINICUILAPA


¡Zihua! Es el viernes 12 de abril. Viajo en autobús desde Cuajinicuilapa hasta Zihuatanejo para acudir a una invitación de Cristian González Ambario y ser el segundo lector de poemas en su campaña de lecturización poetril denominada “7 poetas, 7 regiones. Lectura de obra”. Viajo 9 horas: desde las tres de la madrugada hasta mediodía. No me sorprende el paisaje porque se parece, el de la Costa Grande, al ya muy conocido por mí de la Costa Chica. Pero el mar está más cerca de la carretera allá que aquí. Mejor dicho: La carretera de Acapulco hacia Zihuatanejo pasa por lugares que están más cerca del mar. En Zihuatanejo el mar está presente, como en ese poema de José Emilio, en el que conoce al mar la primera vez que lo ve y le sale al encuentro toda la vida. O algo así, ese poema. ¡Zihua!, ¡gózalo!, gritaban algunos músicos en medio de alguna de sus cumbias en los años sesenta y ochenta. A Zihua vamos.
Me agrada leer frente al mar, en compañía de una cincuentana de personas, aunque me se complica el público por estar presentes más jóvenes de los que esperaba: pensé, prejuicioso, en un público de adultos, a quienes leería completo ese libraco que en 1995 intitulé Hijo de la Ruptura, por encontrarse allí algunos poemas cívicos, además de otros amorosos y otros cavilantes. En fin, me acomodé como mejor pude y leí. Respondiendo a uno de los tantos periodistas que me entrevistaron, dije que uno siempre escribe para el lector más inteligente; y así fue esta lectura, para escuchas inteligentes, sensibles-sensitivos. El reportero me hizo notar la presencia, aparentemente obligada, de estudiantes de bachillerato en el acto, y respondí que, una de dos, o eran muy disciplinados y obedientes a su maestra por permanecer atentos a la lectura, o en realidad estaban atentos porque las palabras, y sus tonos, les interesaban. No tuve tiempo de preguntarles: me atuve a que no se codearon, no chismearon, no se mostraron inquietos o aburridos, o no intentaron levantarse. Me agradó. A veces he leído ante dos o tres personas y no me arrugo. Con una bastaría. Claro que después del primer tramo de poemas me pidieron menos civilidad poética y más sentimentalismo austero o lírico, y leí poemas de El Primer Encuentro de los Huesos, de esos casi melcochosos que escribí en memoria de una mujer de piel amarilla. Una señora muy mayor de edad fue a felicitarme, y me conmovió su amabilidad.
Me entrevistaron cuatro reporteros, y a uno de ellos le auguré que en su medio informativo no publicarían la entrevista, que estaba vetado por El Sur de Acapulco; parece que así fue. En uno de tantos apalabramientos con esos compañeros dije que el único modo de involucrar a la población en las lecturas de poemas, por ejemplo, sería que yo fuera el gobernador del estado; entonces sí habría políticas públicas que respondieran a la necesidad de tener una visión integral del fomento, promoción y estímulos a las culturas del estado y a los creadores, que involucrara a todo el gobierno y no solamente a ciertas dependencias, que suelen tener malos administradores y poco presupuesto, el que suelen mal gastar. Imaginé la maravilla que sería trabajar desde la Secretaría de Educación Guerrero, por ejemplo, por interpósita vía de los maestros, con los educandos y los padres de familia, con programas de largo plazo, en los que se enseñe a los niños y jóvenes apreciación estética, técnicas de creación en las artes, y afines. Ello implicaría también cambiar la visión que se tiene de la educación (esa obesa y mal nutrida enciclopedia), y hacer cambios pedagógicos para adecuarla a la realidad de nuestro estado.
Es obvio que en medio de todo ello están asuntos importantes e ineludibles, como la pobreza de la población y la corrupción de los funcionarios públicos (incluidos los maestros que lo son), por mencionar dos urgentes. Porque no basta crear una orquesta de niños y jóvenes en zonas de pobreza, pues, si no hay políticas públicas de otros sectores como la economía que mejoren sus condiciones de vida. Y no desviar recursos sino gestionar más, no sólo para crear una infraestructura de centros de difusión y fomento de la cultura y las artes, sino también para estimular la participación de aquellos, las personas que implementarían esos cambios. En fin: cuento de nunca acabar. Además de ello, también enderecé algunas críticas al Instituto Guerrerense de la Cultura, el tal IGC, tal vez acicateado por la intrigosidad de los periodistas. “Centralizador”, dije, “snob”, agregué. Pero tales minucias podrían resolverse, comenzando con la miope visión de ese instituto, que sólo cree cultura la dominante, la de los llamados “cultos”, y evita mirar o siquiera darse cuenta de que existen creadores, también llamados “populares”, que son la mayoría y que no tienen acceso a apoyos, a que les sean publicadas sus creaciones (poetas, músicos, pintores, etc.). Y uno de los criterios que ha privado en este cuatrienio en ese instituto es el cumplimiento de los imbéciles caprichos de funcionarios con mando, pero ése es otro tema.
Para el caso concreto de la lectura de poemas a que fui invitado, la iniciativa nació desde Zihuatanejo, entre Cristian e Ivone Armenta, y que estuvo a punto de ser desdeñada por los burócratas del IGC por “encimarse” a actividades similares suyas, pero que nunca habían contemplado llevar a poetas a Zihuatanejo, por ejemplo; al final aceptaron aportar algunos pesos. Y ésa es otra crítica: la gente que el gobernador puso en el IGC, incluida la ex directora Alejandra Fraustro, como la gente que ha estado allí, miran todo desde sus escritorios, atendiendo a sus ideas y puntadas más que a la atención de las necesidades de las llamadas regiones del estado. E importan más sus opiniones que las de los propios cultureros y creadores. Más cosas dije en entrevista, pues, pero las he olvidado. Y no sé si dije que no tenemos siquiera secretaría de cultura y esos asuntos como para ver la enanez de la visión gubernamental. También hablé profusamente sobre la afromexicanidad, tema al que algún periódico le dedicó espacio el lunes.
Conversando en la cena con Paul Medrano, su esposa y con mis invitantes, el tema de la promoción cultural dominó la mesa, y los anfitriones, particularmente Cristian, temían que  tanto esta lectura como la hecha por Ángel Carlos Sánchez hubiesen resultado en fracaso. Y opinamos, yo y el Paul, creo, que formar públicos lectores y escuchas para este tipo de eventos requiere tiempo y dedicación, implica buscar a personas interesados en ello, utilizar los medios informativos para la difusión, pero no confiar en que algunos sectores, como los maestros, que parecieran ser idóneos, acudirán en automático, e invitar si es posible de uno en uno, de mano en mano a ese escucha, a ese lector. Alguien recordó que en Chilpancingo o Acapulco, con mayor población y donde se concentran los recursos del IGC, tampoco acuden cientos de espectadores, y sí hasta menos, muchos menos. Y allí sí se destinan recursos, no se tiene que andar acudiendo a la sociedad para que los financie. En ese sentido, dijeron, dijimos, tiene más valor acudir a leer a Zihuatanejo, por ejemplo, que a sus similares, tan publicitados, del gobierno estatal, en correspondencia con el trabajo que los zihuatanejenses están realizando.
Luego de la cena y dos cervezas, a dormir, con el fantasma de recientes sismos rondando, sobre todo porque en la zona no se recuerdan otros tan intensos. Es curioso: de las tres comidas que di allí ninguna me pareció satisfactoria. Hice dos o tres fotos, compré tres o cuatro libros para mí y mis hijos, caminé cuatro o cinco calles, y volví a viajar nueve horas para regresar a tiempo para transcribir una entrevista con una fotógrafo en ciernes y esta croniquilla medio desaliñada, en Cuaji, escuchando a Marvin Gaye y Tammi Terrel cantar Somethin’ stupid, entre otras viejas canciones, con nostalgia por la música contenida en los discos LP. Es curioso: ayer Áyax, de seis años, me preguntó qué significaba “cursi”, y no tuve claro qué es eso, así que le inventé una definición.


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