martes, 21 de mayo de 2013

Sombra Rebelde, actualizando la música criolla de la Costa Chica


17 de marzo
EDUARDO AÑORVE
CUAJINICUILAPA

La música criolla de la Costa Chica de Guerrero y de Oaxaca viene de lejos, aunque puede fecharse su faceta moderna en los años setenta con grupos como los de Cirino Arellanes, Los Magallones, Mar Azul, Los Cumbieros del Sur, Miramar, Los Inquietos del Trópico, La Luz Roja de San Marcos, Bertín Gómez y su Condesa del Mar, entre otros, algunos de los cuales han trascendido las fronteras locales; su relevancia social está determinada fundamentalmente por su actualización, es decir, hay canciones que fueron compuestas hace cuarenta, treinta años, y siguen siendo interpretadas por grupos nuevos, además de ser tocadas, reproducidas en distintos medios, vendidas, compradas, cantadas, comentadas y pirateadas con gran frecuencia.


Sombra Rebelde es un grupo de cinco jóvenes y dos adultos, excelentes músicos que interpretan cumbias, boleros, corridos y baladas de la Costa Chica, es decir, actualizan el repertorio de la música criolla. En ellos se mezclan las ideas de los viejos y los jóvenes, aportando los primeros (a quien se agrega el promotor del grupo y padre de tres de estos) el sustrato sobre el que forman su repertorio: canciones que datan de hace años, décadas, y que han permanecido vigentes, actuales, como Estoy sufriendo por ti, Me voy pa’ Carolina y El Cuararé, por citar ejemplos emblemáticos.

Sus interpretaciones tienen excelente manufactura, a pesar de que apenas tienen ocho meses ensayando un amplio repertorio: a veces ensayan en su pueblo, Santiago Tapextla, Oaxaca, a veces ensayan en Cuajinicuilapa, donde vive El Piri, herrero y segunda guitarra, quien cuenta con 48 años y a duras penas estudió el bachillerato, según su decir.


Escuchar a Sombra Rebelde es un placer: tienen fuerza y se encuentran algunos chispazos de creatividad para que sus interpretaciones suenen viejas, es decir, conocidas, y también nuevas, como en el caso de La llevé a pasear, del Mar Azul, en la que incluyen algunas palabras en inglés, a cargo del cantante de esas cumbias, Valentín Cruz, de 20 años, quien toca el bajo y en ciertos pasajes imposta la voz, deformando la versión original pero devolviendo la suya, otra, igual de buena que la anterior.

A su lado, Fredy Víctor, canta las calmaditas, o sea, los boleritos costeños y las baladas, pero si sus interpretaciones acuden a canciones lentas, su voz tiene profundidad y promueve el sentimiento a que convocan las palabras de esas piezas líricas de los años setenta y, también, otras actuales, hechas populares por grupos como Bertín Gómez Junior y su Condesa: Brillas linda, Lágrimas de mi barrio, etc.


El maestro de estos jóvenes es Guicho Petatán, de 50 años, que lo mismo toca la guitarra que el bajo, entre otros instrumentos; él propone muchas de las canciones que el grupo interpreta, y les enseña sus arreglos, muchos de los cuales hace y rehace.

A ellos se suman Jorge Bacho González, Capullo, baterista, de 23 años, Gabriel Rodríguez López, El Piri, Miguel García Prudente, güirista, de 13 años, y Erick Hugo Prudente Mariano, quien ejecuta el acordeón y los teclados, y tiene 17 años.

Excepto El Piri, todos se dedican al campo.

A decir del papá de tres de ellos, Rufino, estos músicos “son luchistos”, es decir, han tenido que trabajar y trabajan en condiciones de escasez, y basta con verlos ensayar en la azotea de un casa en Tapextla: bocinas improvisadas, hechas con restos de estéreos, con tambos de plásticos; conexiones parchadas o remendadas; pedestales de micrófonos soldados sobre piezas de automóviles, etc.

Ante la pregunta sobre porqué a ciertas canciones les acomodan frases en inglés, por ejemplo, Valentín explica que es un extra para ponerle más enjundia o “saborcito”, como agrega Erick. Por ese tipo de agregados, dicen, es que al nombre de Sombra que tuvo en sus inicios el grupo le agregaron el calificativo “rebelde”.


Rufino asegura que, además de que el grupo se llama Sombra porque, en un primer intento, el grupo ensayaba bajo la sombra de un árbol, el color de la piel de los músicos -morenito- también tiene que ver. Somos rebeldes, dicen, para denotar que a esa música de viejos le han de agregar una actitud “juvenil”; es decir, aunque no tengan claridad sobre ello, están actualizando la música criolla, la de los afromexicanos de la Costa Chica.

Güicho, el maestro, quien ha tocado con varios grupos desde hace más de treinta años, dice que él escucha y puede tocar casi casi lo que sea: Yo no distingo música, yo, la canción que me den, yo la tengo rápido...

Por su parte, el bajista, Valentín, quien toca y juega con las cuerdas como los grandes, platica que ese instrumento le gusta por cómo se arrempujan bien esos bafles, se oyen chingón...

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